"Novios de fin de semana, adultos de cartón"
El mito de la pareja moderna que no convive.
Vivimos en tiempos donde todo se quiere a medias: compromiso sin sacrificio, amor sin rutina, vínculos sin raíces.
Y en nombre de esa supuesta “libertad”, nace la figura cada vez más popular de la pareja moderna:
“Estamos juntos… pero cada uno en su casa.”
Aplaudido por algunos como un modelo “evolucionado”, esta modalidad suele esconder otra cosa: comodidad, inmadurez y un profundo miedo a entregarse de verdad.
Porque seamos honestos: si necesitás estar a kilómetros de tu pareja para sentir que funciona… algo no está funcionando.
La pareja como excusa para no estar tan solos.
Estas parejas viven en una zona gris. Dicen estar comprometidos, pero no comparten techo, rutina, ni proyecto real.
No se eligen en las mañanas con cara hinchada, ni en las tardes de silencio, ni en los días que no pasa nada. Se eligen cuando pinta el finde, cuando hay ganas, cuando no molesta.
Eso no es pareja: es un noviazgo adolescente con 50 años encima.
Es como querer jugar a los novios, pero con la edad, la billetera y los traumas de una vida adulta encima.
Y lo peor: lo hacen convencidos de que están siendo “inteligentes” y “modernos”.
Si no te importa con quién se acuesta tu pareja, no es tu pareja.
El costo real del “cada uno en su casa”.
Uno de los argumentos más absurdos de este modelo es que “así es más sano”, o que “cada uno necesita su espacio”.
Pero el espacio que tanto cuidan sale carísimo.
Dos alquileres o hipotecas. Dos cuentas de luz, gas, internet. Dos heladeras vacías, medio llenas de excusas. Doble logística, cero crecimiento conjuntos.
Económicamente, estar juntos pero separados cuesta el doble, pero no construye el doble: construye la mitad.
Porque el amor no crece solo con salidas y mensajes: crece en la trinchera diaria, en lo incómodo, en lo compartido.
Falsa Madurez y adolescencia extendida.
En el fondo, muchos usan esta modalidad para seguir jugando a no crecer.
Quieren “pareja”, pero sin la parte difícil. Quieren “libertad”, pero sin enfrentar la soledad. Quieren “vínculo”, pero sin comprometerse.
Y a esto se suma otro detalle incómodo: la presencia de hijos previos.
La mayoría de estas parejas ya son grandes, y como tales, traen consigo hijos que “vienen con el combo”.
Pero nadie quiere convivir con los hijos del otro. Nadie quiere ceder su rutina para cuidar, ayudar o vincularse con un chico que no es propio.
Entonces, eligen la solución fácil: cada uno por su lado, jugando a estar juntos… pero sin mezclarse demasiado.
No se valoran: saben que no valen la pena
Otro punto que suma a esta opción y que muchos no quieren admitir es la realidad, de que saben que no son lo suficientemente valiosos como para ser elegidos por completo.
No se sienten dignos de compartir la vida con otro. Y por eso, ni siquiera lo intentan.
Se resignan a una “pareja a distancia emocional”, porque la autoestima les dice que no dan para más. Y lo triste es que, muchas veces, tienen razón.
Porque si uno no construye nada consigo mismo, si no trabaja en su carácter, en su entrega, en su humanidad, ¿qué tiene para ofrecer? Nada que justifique cruzar la calle, mucho menos mudarse juntos.
Estas parejas no viven separadas por evolución. Viven separadas porque no se eligen por completo. Porque en el fondo, cada uno está esperando algo más.
Y mientras se entretienen con esta relación a medias —liviana, descartable, autocomplaciente— siguen buscando afuera a alguien que los haga sentir de verdad. Aunque no lo digan. Aunque no lo admitan.
Porque cuando dos personas se aman de verdad, no quieren estar separados. Quieren estar juntos, con todo lo que eso implica. Incluso… con lo difícil.
Especialmente con lo difícil. Sabiendo que el amor de verdad es de todos los días, cuesta lo que vale. Y es la verdadera alegría del alma.